ARTROSCOPIA | VOL. 22, Nº 3 | 2015

SEMBLANZA


La Vida Es Injusta
Cuando me enteré lo de Sebastián lo primero que se me vino a la cabeza es eso: que injusto era Dios por la decisión que había tomado.
Después me dije, no puedo pensar así... pero la verdad fue lo primero que me vino a la cabeza.
Conocí a Sebastián hace muchos años fuera del ambiente médico.
Nos conocimos en un partido de rugby. Él jugaba en el club Manuel Belgrano y yo jugaba en La Salle, dos clubes de Colegio. Los dos jugábamos de centro, Sebastián era un muy buen jugador de rugby estaba preseleccionado para los pumitas y yo tenía lo mío, y nos enfrentamos duramente pero con nobleza.
El duelo personal salió bastante parejo y el partido lo ganamos nosotros y Sebastián se fue bastante enojado porque era bien competitivo y no le gustaba perder a nada.
El fue toda su vida un jugador de Rugby y la filosofía del deporte marco su vida.
Siempre iba para adelante, era valiente, muchas veces osado y siempre ponía el cuerpo.
Luego nos seguimos viendo circunstancialmente, siempre en el rugby y después nos encontramos en el curso de ingreso para entrar a medicina.
A partir de ahí tuvimos una relación constante: estudiamos junto la carrera, y entramos a la unidad hospitalaria en el Durand donde casualmente trabajaban nuestros padres que eran médicos.
Sebastián tenía 6 hermanos, 5 mujeres: Sara, Susana, Bernarda, Fabiana, Pía y un hermano menor Nacho con quien era muy unido.
Tuve oportunidad de conocerlas y a varios de sus sobrinos cuando frecuentaban la casa de sus padres. Todos los chicos lo querían mucho.
La noche anterior al examen dormíamos en su casa; yo era más metódico para estudiar y me dormía temprano y Sebastián se quedaba toda la noche despierto estudiando, la capacidad para no quedarse dormido era impresionante.
Nos recibimos juntos y nuestros padres médicos nos entregaron el diploma el mismo día, y ahí fuimos con nuestras flamantes novias que casualmente habíamos conocido los dos el verano anterior y que casualmente las dos vivían en San Isidro.
Se caso con Magdalena unos años después.
Elegimos la misma especialidad, el fue al Hospital Durand a hacer la residencia y yo al hospital Fernández.
Nos veíamos un poco menos por la actividad de la Residencia, aunque seguíamos en contacto.
Sebastián siempre quiso tener su propio centro médico y siempre le gusto la medicina deportiva; y así abrió uno en Belgrano, su barrio de la infancia, al que entrego su esfuerzo y que le dio muchas satisfacciones y no pocos problemas. Sara su hermana mayor trabajaba con él en el centro.
Fue obsesivo en ese esfuerzo de armar el centro que le llevo muchas horas de su vida.
Este país no es fácil y la medicina y los médicos tampoco somos fáciles.
Sebastián tuvo 5 hijos: Clara, Sole, Marcos, Nico y Lucas a quienes acompaño permanentemente a lo largo de su vida. Era un padre muy preocupado por ellos. Los hijos son distintos a los padres y a veces a los padres nos cuesta aceptarlo.
Es un viejo defecto que tenemos todos los padres que queremos lo mejor para nuestros hijos. Su relación con ellos ocupaba últimamente muchas horas de nuestras conversaciones.
A pesar que nos veíamos socialmente cada tanto, no era eso el fuerte de nuestra relación.
Compartimos con Sebastián muchos viajes y horas de aeropuerto, avión y compartíamos la habitación en los congresos cuando viajábamos sin nuestras familias.
Teníamos la relación y el conocimiento uno del otro que nos dio el haber compartido muchas horas juntas relacionadas con el trabajo y la convivencia.
Nos estábamos poniendo más viejos últimamente y a Sebastián le molestaba que yo me durmiera con la televisión prendida y a mí encontrar en el baño a la mañana las medias lavadas de la noche anterior colgadas secándose. Probablemente una vieja costumbre de soltero adquirida en una casa con 7 hermanos.
Éramos muy diferentes pero habíamos tenido una vida paralela y similar.
Desde el rugby jugando en la misma posición del juego en clubes de colegio, estudiamos medicina, elegimos la misma especialidad primero traumatología y después cirugía artroscópica, nos pusimos de novios el mismo verano y nos casamos con dos sanisidrenses y terminamos mudándonos para allá y viviendo bastante cerca.
Su vida era intensa y la medicina ocupaba gran parte de su tiempo.
Nunca supo administrar bien eso debido a su pasión por lo que hacía. Era firme en sus convicciones y no cambiaba de opinión fácilmente.
Era muy responsable con sus pacientes y a veces le costaba decir que no, un poco por personalidad y un poco por orgullo personal. Discutíamos mucho al respecto.
El año pasado estando asintomático y haciéndose un chequeo de rutina, se encontró un problema cardiaco relacionado con un viejo soplo que yo le descubrí cuando estábamos estudiando fisiología y practicando con el estetoscopio.
Tuvo que decidir si se realizaba una intervención quirúrgica cardiaca importante.
Se preparo física y emocionalmente y no dudo en operarse.
Le puso el cuerpo al problema como hizo toda su vida con valentía y serenidad, y con el apoyo incondicional de su familia.
Sebastián era muy espiritual y religioso y no era raro verlo en su mesita de luz cuando viajábamos con el Evangelio, que leía muchas noches.
Me llamo dos días antes de la cirugía, un sábado, para comentarme detalles y lo note sereno. A pesar que hablamos de varias cosas note un dejo de melancolía y despedida que me preocupo mucho.
Estuve en terapia cuando lo entubaron, cuando salió de la cirugía y pude hablar con el apenas despertó; sentí una gran alegría.
Se recupero bien y volvió a trabajar. Hablamos de que tenía que replantearse el trabajo y su intensidad, y al principio lo hizo pero últimamente había vuelto a las andadas.
Estaba trabajando mucho y corriendo mucho de vuelta. La pasión le había ganado al razonamiento.
Compartimos un último viaje este año en la Academia Americana y cuando volvimos y me dejo en casa y nos despedimos me dijo “muy bueno minguito uno más” algo que yo y el entendimos muy bien.
Sus últimos días fueron un compacto de su vida intensa médica social y deportiva.
Murió dando indicaciones y organizando al equipo en una cancha de fútbol con su grupo de amigos de los domingos de toda la vida.
Murió como vivió: en plena actividad, liderando un equipo y apasionado.
Fue un buen amigo mío. Compartí cosas importantes con él durante los últimos 40 años.
Lo voy a extrañar mucho.
Y sí... A veces la vida es injusta.
Y saben por qué...
Porque a veces se lleva a los mejores.

Izquierda, Dr. Claudio H. Mingo Saluzzi, derecha Dr. Sebastián Rosasco

 

Dr. Claudio Horacio Mingo