Un momento, por favor

A veces me detengo e intento recordar qué pensaba o qué cosas hice durante los cinco minutos que antecedieron a esa detención. En general, no logro recordar, o lo hago en forma muy confusa, como si ese tiempo transcurrido no hubiera pasado, o nada de lo hecho o reflexionado en esos cinco minutos importaran.
Quizás el tiempo sea el único que nos ofrece a todos los seres humanos las mismas oportunidades, porque cada uno de nosotros tiene los mismos segundos, minutos y horas que nuestro vecino.
El secreto para mí es, una o dos veces por día, detener la mente y el cuerpo y hacer un recorrido de las horas previas a ese descanso. Acciones, sensaciones y sentimientos pasados por alto se revelan al instante, caras y expresiones de personas anónimas que pasaron inadvertidas, conversaciones aprovechadas o desaprovechadas: veo atónito una película de mi propia vida no vivida.
La humanidad, desde siempre, ha estado preocupada por cómo aprovechar el tiempo, batir récords de tiempo, imaginar el túnel del tiempo para volver al pasado, diseñar la máquina del tiempo que nos lleve al futuro; desear muchas veces, en momentos de máxima felicidad, que el tiempo se detenga o, simplemente, que los tiempos sombríos nunca lleguen.
Es muy enriquecedor explorar infinidad de pequeñas y grandes historias de personas que hicieron del tiempo algo valioso. Seres humanos que aprendieron, enseñaron, crearon, ayudaron y así transformaron el tiempo en hechos concretos que mejoraron el mundo donde vivimos.    
Nellie Bly, una periodista americana dedicada al periodismo de investigación en Pensilvania, cuando se publicó la famosa novela de Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, quiso comprobar si era posible hacer ese viaje en menos tiempo y con muy poco equipaje lo logró en 72 días, 6 horas y 11 minutos. 
Grace Hopper, antes de llegar a ser almirante, fue un genio de la informática y tuvo una destacada participación decodificando mensajes enemigos durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando era muy niña, antes de convertirse en genio, no tuvo reparos en utilizar mucho tiempo de su día para desarmar un reloj despertador y entender su funcionamiento antes que jugar y divertirse con sus pequeñas amigas.
Será que el tiempo son solo acontecimientos pasajeros. Para Isaac Newton, el tiempo permanecía inmutable siempre y en todo lugar, nunca se aceleraba ni frenaba. Al contrario, mucho tiempo después, Albert Einstein descubrió que el tiempo es relativo, y que es más lento si un objeto se mueve rápidamente.
Treinta y siete segundos pasaron desde que el vigía vio el iceberg hasta que el Titanic se estrelló contra él.
Reflexionar sobre el tiempo me lleva a compartir con ustedes la responsabilidad de que entendamos y abordemos las dificultades que este tiempo moderno nos propone, haciéndonos cargo y aceptando que los dueños de las horas, minutos y segundos que pasan somos nosotros mismos.
Nelly Bly desafió una verdad novelada acerca del tiempo y puso en marcha un proyecto de vida que solo duro 72 días, 6 horas y 11 minutos. Imaginen ese viaje alrededor del mundo en 1889, no solo consiguió hacerlo en menos de ochenta días, sino que se dio el gusto de desviarse hacia la ciudad de Amiens, Francia, donde el mismísimo Julio Verne y su mujer la esperaban para conocerla.
Fue una aventura, o quizás un desafío infantil, de una mujer que no había perdido nunca el tiempo hasta ese entonces. Elizabeth Jane Cochran, este era su verdadero nombre, usó su tiempo en algo más que dar la vuelta al mundo en menos de ochenta días, fue pionera del periodismo encubierto y con su artículo “Diez días en un manicomio”, publicado después de internarse deliberadamente en un asilo de ancianos y constatar personalmente los abusos e injusticias que allí se producían, logró impulsar reformas estructurales con grandes inversiones destinadas a humanizar el tratamiento de los enfermos mentales. También utilizó parte de su tiempo en combatir las condiciones laborales extremas de las mujeres en las fábricas y batalló sin descanso por el destino de los bebés no deseados.
Grace Hopper, la reina del software, cambió para siempre el mundo de la informática. Antes de esto, y después del ataque a Pearl Harbor que empujó a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, Grace, sin pensarlo un segundo, dejó la universidad y a su marido para alistarse en la marina donde junto a otros grandes científicos de la época crearon la primera computadora americana, la Harvard Mark I. Esto fue el inicio de una carrera creativa y académica inigualable, acumuló cuarenta doctorados honoris causa a lo largo de su extensa vida. Luego de su muerte, en 1992, el presidente Barack Obama le otorgó el título “Medalla presidencial de la libertad”.
Dos historias de vida, quizás para muchos de ustedes desconocidas, dos mujeres que en sus épocas desafiaron el tiempo, vivieron valientemente, se expresaron, aportaron ideales sin relato, le dieron valor a la vida vivida.
Dos historias que pueden representar miles de otras historias anónimas donde el tiempo nunca fue una excusa para no hacer. Para estos seres humanos diferentes, el presente es infinito, el tiempo no es nunca un obstáculo y sus vidas nunca tienen final, supieron perdurar en la memoria colectiva.
Bly y Hopper nos ofrecen con sus vidas un espacio para una intensa reflexión, nos provocan y nos estimulan, nos hacen ver que el tiempo, como sostenía Maurice Halbwachs, no transcurre, sino que dura o subsiste. En su monumental obra, La memoria colectiva, publicada luego de su asesinato por el régimen nazi en un campo de concentración, Halbwachs dice: “En el círculo de nuestros padres, vemos la huella que dejaron nuestros abuelos. Nuestros padres avanzaban por delante de nosotros y nos guiaban hacia el futuro. Llega un momento en que se detienen y nosotros les adelantamos. Entonces, tenemos que volvernos hacia ellos y nos parece que ahora han vuelto al pasado, y se confunden en las sombras de antes.”
Durar, permanecer, persistir en la conciencia colectiva a través de los hechos y pensamientos desintegra y transforma el tiempo en algo abstracto, lo hace extremadamente lento y llega a inmovilizarlo.
Seguramente en treinta y siete segundos el capitán del Titanic no podría haber cambiado el rumbo de la historia del naufragio más famoso, pero estoy absolutamente convencido que todos los días tenemos veinticuatro horas para cambiar, no solo el destino de la humanidad, sino, lo que es mas importante, el destino de nuestra propia existencia.     

Dr. Fernando Barclay
Editor en jefe