La postpandemia y la actualidad


Lo que sigue es una editorial que hoy parece historia, la escribimos en el mes de enero, solo pasaron dos meses. Parece mentira, pero los seres humanos a veces giramos más rápido que la mismísima tierra alrededor del sol y los acontecimientos se suceden y se superponen constantemente sin darnos tiempo para la reflexión.

Una tremenda guerra desatada lejos pero cerca, en nuestro mismo planeta, nos hace olvidar rápidamente la otra guerra que libramos sin tregua y con inmenso dolor contra la COVID-19. ¿La pandemia ya es historia? Puede ser que nuestra memoria sea tan frágil o la nueva realidad nos atormenta tanto que no nos deja ni un mínimo espacio de reflexión sobre los tiempos de angustia que vivimos.

Cambiamos angustia por angustia y así seguimos. La amenaza ya no es un virus, o será que de verdad la humanidad misma es la real amenaza y siempre fue así.

Cuando con mi amigo el Dr. José Luis Leone escribimos la editorial sobre el Hospital Argentino en París, (Vol. 27, número 2, del 27 de julio del 2020), investigamos y aprendimos sobre la inevitable catástrofe que significa una guerra, para el vencedor y, por supuesto, para el vencido. También reflexionamos sobre la inminente llegada de la COVID-19 a nuestro país a partir de los acontecimientos dramáticos que se estaban viviendo en el viejo continente.

Menos de dos años pasaron desde la publicación de aquella revista y ya estamos inmersos nuevamente en un conflicto mundial sin precedentes o, mejor dicho, con catastróficos precedentes. Aun así, me gustaría poder expresarles nuestra visión sobre los tiempos de la postpandemia, entendiendo que el olvido no es la mejor manera de cerrar un capítulo tan doloroso vivido por la humanidad.

El SARS-CoV-2, como tantos otros virus protagonistas de devastadoras pandemias a lo largo de la historia, parecería estar controlado y hoy el mundo se divide entre seres humanos vacunados y no vacunados.

Están los que aceptaron que esta catástrofe solo se detenía con la implementación de una vacuna capaz de apaciguar los efectos respiratorios catastróficos de un virus que desde su aparición atravesó fronteras a la velocidad de la luz. Están los otros, que piensan que la ciencia experimenta y lanza químicos para ser inyectados a la humanidad sin suficiente tiempo de observación, como si el tiempo fuera suficiente.

Es domingo temprano y el calor más mi insomnio, producto de discusiones eternas con algunos de mis hijos ya adultos y supuestamente independientes que rechazan por ahora las vacunas, me obligaron a levantarme y comenzar a escribir como una forma de terapia aliviadora. Buscando algún aliado sensato e informado que me ayude a atravesar este conflicto, se me ocurre llamar por teléfono a mi hermano mayor, pediatra e infectólogo radicado ya hace muchos años a mil seiscientos km de distancia de Buenos Aires, entre lagos y montañas, quizás él pueda, revisando e interpretando la historia, acercarme a la verdad.
      
En latín “virus” significa veneno y ciencia es conocimiento. En consecuencia la ciencia, es decir, el conocimiento, es la única que nos puede salvar de este virus, es decir el veneno.
Los estudios demuestran que la vacunación es la manera más eficaz de prevenir el contagio, de evitar hospitalizaciones y la muerte en caso de contraer el virus.

Gracias a un café cargado que despabiló mis deshidratadas neuronas y a la lucidez patagónica de mi hermano mayor, comenzamos un viaje hacia el pasado para intentar aclarar algunas de las incógnitas del presente y, si fuera posible, aprender para poder acompañar a nuestros hijos hacia un futuro más esperanzador.

Si analizamos la evolución de la expectativa de vida en los últimos ciento veinte años, en 1900 la esperanza de vida promedio en el mundo era de treinta y un años y menos de cincuenta en los países más desarrollados. Para el 2030 se proyectó una expectativa de vida de mujeres al nacer en países desarrollados de ochenta y cinco años.

Son cincuenta años más, un verdadero salto de la expectativa de vida logrado, entre otras cosas, por la mayor inversión en salud, y el desarrollo de vacunas para la prevención de enfermedades infecciosas con alta tasa de mortalidad tiene sin duda un rol protagónico.

La viruela era una enfermedad endémica que mataba a una quinta parte de los contagiados, Edward Jenner fue un médico rural inglés que en 1976 tuvo la idea de frotar el pus de los granos de la viruela en gente sana para que adquiriera una enfermedad inocua. No se conocía el agente de transmisión ni el mecanismo de la inmunidad, por lo que el desarrollo de la primera vacuna fue puramente empírico. El descubrimiento de Jenner, rodeado de cuestionamientos éticos si lo analizamos desde las normativas de las “Buenas prácticas médicas”, empleadas internacionalmente en la actualidad, llevó a que la viruela, responsable de trescientas millones de muertes solo durante el siglo XX, hoy sea una enfermedad erradicada.

Casi cien años después, en 1885, Louis Pasteur hace otro descubrimiento que cambiaría el rumbo de la humanidad: la médula espinal inoculada con el virus de la rabia y desecada durante quince días hace que el virus deje de ser infectante. El 6 de julio de 1885 inocula la suspensión de la médula de conejo en un niño que había sido mordido por un perro con rabia dos días antes. Joseph Meisner, de tan solo nueve años, sobrevive a una enfermedad 100% mortal y así se abre el camino de las vacunas a virus inactivados.
  
Los progresos científicos durante el siglo XX conducen a una explosión de nuevas vacunas: tos convulsa, difteria, tétanos, poliomielitis, sarampión, rubeola, paperas, influenza, entre otras.
Una muestra cabal del triunfo de la ciencia y del empeño humano para derrotar a un monstruo fue la vacuna creada por Jonas Salk y Albert Sabin contra la poliomielitis. En 1953 Salk obtiene una vacuna de virus inactivado cuyas primeras pruebas en la humanidad incluyeron al mismo investigador y a su familia. Un año después se anunciaba, luego de ensayos clínicos que involucraron a 1.5 millones de niños, que la vacuna era un éxito. Ese mismo año se registraron cincuenta mil casos en Estados Unidos; dos años después de la vacuna, el número de casos había descendido a la décima parte. Sabin, en 1962, crea la vacuna moderna con virus atenuado y de uso oral. Hoy en día, dos de los tres virus responsables han sido eliminados globalmente y se estima que las campañas de erradicación han prevenido parálisis permanentes en dieciocho millones de personas en el mundo.

Desde el año 2000 al 2018 la vacuna contra el sarampión evitó veintitrés millones de muertes, y la vacuna contra la rubeola ha reducido dramáticamente los casos de rubeola congénita.

Vacunados contra no vacunados, todos tienen la verdad absoluta y lo que dice la otra parte son todas mentiras. Si bien las vacunas creadas contra el SARS-CoV-2 no impiden el contagio, los vacunados contagian doce veces menos que los no vacunados. A mayor carga viral, mayor es la posibilidad de contagiar. Las personas vacunadas eliminan el virus de su cuerpo antes y sus parámetros máximos de carga vírica permanecen menos tiempo. Las personas no vacunadas tienen 18.8 veces más posibilidades de requerir terapia intensiva ante la enfermedad que las vacunadas. Los no vacunados tiene 1.7 veces más chances de contagiarse. El horizonte por ahora sigue siendo incierto, variantes mutadas, campañas sanitarias públicas con sabor a poco y mucho gusto a política, pase sanitario y en el ring: vacunados contra no vacunados.

A pesar de estos datos contundentes, los movimientos antivacunas crecen y se desarrollan en el mundo moderno, su existencia no es nueva. La primera liga antivacunas fue creada en oposición a la vacuna antivariólica. Cuando en el año 1853 se declara obligatoria en el Reino Unido se genera una violenta oposición bajo el alegato de peligrosidad asentada en cuestiones religiosas o en el atentado a libertades individuales. Pasaron casi ciento setenta años y la historia no es historia, es un presente difícil de entender en un mundo que ha evolucionado tanto.

La historia también nos cuenta que Louis Pasteur fue acusado de querer enriquecerse con una “Rabia de laboratorio”, queridos lectores, actualidad pura.

En 1988 la revista The Lancet publica un artículo firmado por Andrew Wakefield, quien describe una asociación entre la vacuna triple viral (sarampión-rubeola-paperas) y el autismo. Esta publicación estaba basada solo en la observación de doce niños con esta asociación. El gobierno británico ordenó una investigación sobre el tema al Medical Research Council, sus resultados y decena de estudios posteriores no encontraron absolutamente ninguna asociación. El periódico Sunday Times descubre una asociación entre Wakefield y un estudio de abogados que estaba presentando una demanda colectiva contra el laboratorio. La revisión de las historias clínicas mostraba que varios de los doce niños ya presentaban autismo mucho antes de recibir la vacuna. Los datos habían sido manipulados y The Lancet se retractó públicamente y retiró el artículo de la publicación. Wakefield alega un “movimiento conspirativo” en su contra y emigra a los Estados Unidos donde es hoy un líder del movimiento. 
    
En otoño del 2019 la ciencia no conocía al SARS-CoV-2, en marzo del 2020 ya había mas de setecientas cincuenta mil personas enfermas por este virus. Esto provocó que inmediatamente miles de investigadores se pusieran a trabajar, cada uno en su lugar. Hoy PubMed enumera mas de setenta y cuatro mil artículos científicos relacionados con la COVID. Ese mismo año, el New England Journal of Medicine, había recibido treinta mil artículos nuevos, dieciséis mil más que en todo el año 2019. Ninguna enfermedad en la historia de la humanidad había sido estudiada tan intensamente por tanto intelecto combinado en un tiempo tan breve.

Es verdad que la ciencia tiene también dos caras: la que avanza, se equivoca y corrige buscando mayor conocimiento para preservar la humanidad, y aquella que engaña solo por la búsqueda de un miserable prestigio, dejando de lado la verdad y el rigor.

Héroes modernos anónimos, como la profesora Lauren Gardner de la Universidad Johns Hopkins, entendieron inmediatamente que las nuevas epidemias están acompañadas de la escasez de datos en tiempo real. Después de una noche frenética de trabajo con uno de sus estudiantes lanzaron al mundo el “Tablero global” en línea para mapear y contar “todos los casos y muertes por COVID-19 reportados”. Nada menos que cada ciudadano del mundo conozca al instante el avance de la enfermedad.

En solo diez días desde que se notificara el primer caso, el genoma SARS-CoV-2 fue decodificado y compartido en la comunidad científica. Aprendimos sobre este virus más rápido que de ningún otro virus en la historia de la humanidad. Esto hizo que se desarrollaran y se probaran mas de cincuenta vacunas diferentes con doce de ellas entrando en ensayos clínicos de Fase 3.

Cualquier país desarrollado debería buscar poner a la ciencia y tecnología al servicio de las personas. La inversión en investigación y desarrollo tecnológico para investigación en nuestra región significa solo el 0.7% del PBI y solo 3% de investigadores dedicados.
Albert Einstein decía que “todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”.

Una editorial escrita dos meses atrás hoy parece historia, la práctica de reflexionar constantemente sobre hechos tan dramáticos y trascendentes que marcaron para siempre a las personas de este mundo me sigue pareciendo esencial. Luego de haber recorrido este viaje parecería que los errores cometidos en el pasado no nos enseñaron demasiado, y la humanidad sigue empeñada en destruir, pensando que de esta manera construye un presente más esperanzador.    

Dr. Fernando E. Barclay                                   Dr. Carlos M. Barclay
Editor en Jefe de la Revista Artroscopía                Médico Pediatra Infectólogo