EDITORIAL
Historia, valores, mística, consensos y felicidad
Después de la segunda guerra mundial, entre 1960 y 1980, Japón presentó tasas anuales de crecimiento económico cercanas al 10%. Dos bombas atómicas lanzadas por los aliados, una sobre Hiroshima y otra en Nagasaki determinaron el final. A partir de ese momento comienza el camino del llamado “milagro japonés”, el resurgir de una nación de entre las cenizas, devastada por la guerra y sin posibilidad de una reacción inmediata teniendo en cuenta los pocos recursos con que ya contaban, por ejemplo, una superficie cultivable de solo el 14%. Pero Japón se propuso como meta para el resurgimiento ir hacia un cambio cultural profundo, decidieron hacer las cosas bien, con calidad y optimizando los recursos existentes.
Uno de los pilares de este milagro fue la política educativa implementada postguerra; política que, la revisión de la historia muestra, fue pergeñada cien años antes garantizando la transferencia de tecnología de los países más desarrollados de Occidente hacia la isla y hacia allí se envió a estudiantes japoneses para mejorar su formación técnica y profesional. Como primera medida se estableció la educación obligatoria y se crearon gran cantidad de universidades e instituciones, tanto públicas como privadas. Diez años después, estas medidas dieron sus frutos ya que Japón contaba con profesionales con alto grado de formación capaces de dirigir sus empresas y los servicios públicos.
Se privatizaron muchas empresas públicas llamadas hoy las “bisabuelas” que, con el apoyo del estado japonés, jugaron un rol central en la industrialización del país.
Finalmente, Japón pudo convertir el fracaso estrepitoso de la guerra en un profundo aprendizaje. Con inmensa generosidad, los valores individuales de sus habitantes y dirigentes se fueron trasladando al conjunto de los individuos, a la sociedad. Valores que son aptitudes y que surgen más del espíritu que del intelecto, una combinación de la cultura occidental cuyos nutrientes son el capital, el bienestar económico y la tecnología con la cultura oriental que valora más la naturaleza y el medio ambiente.
Valores, una palabra con un enorme significado, pero lamentablemente olvidada y pisoteada en muchos de nuestros países latinoamericanos, en donde el poder, la viveza, la no consideración del otro y el engaño son el accionar elegido.
Los valores deberían regir o guiar a las personas, provocando un impacto directo sobre la sociedad, las instituciones, las universidades y sobre cualquier organización conformada por individuos que buscan el bien común.
La excelencia no es obtener resultados, la excelencia son los individuos y sus valores.
Hoy creo en un “nuevo lenguaje” de la educación, con alianzas productivas y comerciales, entendiendo el concepto de globalización, pero defendiendo los valores culturales propios de cada pueblo.
En una dimensión mucho más minúscula, el “milagro japonés” me enseñó que la Revista Artroscopía no es más que sus autores. Cualquier revista científica debería estar soportada por individuos que buscan la excelencia a través de sus valores, encontrando caminos alternativos a los conocidos, innovando y planeando un futuro sin padecer el presente.
Gestionar permite intentar alcanzar la excelencia, y la excelencia lograda con gestión significa “mística”.
La mística de una institución, organización, universidad o de una revista científica, no se logra imitando siempre modelos extranjeros, se logra experimentando y poniendo en juego los mejores valores del propio modelo latinoamericano.
Con enorme esfuerzo, SLARD y los miembros de su comité científico comenzaron un camino ríspido y lleno de obstáculos intentando crear algunos consensos latinoamericanos. Un consenso pretende establecer algún nivel de acuerdo entre profesionales expertos sobre temas de controversia. El fin buscado es dar recomendaciones sobre problemas habituales en la práctica y que esas recomendaciones tengan un grado mayor de certeza. Una combinación de la mejor información posible tomada de la bibliografía existente y la sabiduría de un grupo de expertos. Los consensos tienen la particularidad de ser complejos por el gran número de personas involucradas que dan su opinión, pero a mi entender la mayor complejidad es mantener la constancia de pensamiento y de trabajo de sus participantes.
Mucho trabajo, conocimiento, metodología, capacidad de liderazgo, pero por sobre todo, inmensa generosidad hacen falta para llevar adelante semejante proyecto.
El resultado final de un consenso latinoamericano puede ser una herramienta formidable para muchos especialistas de nuestro continente en formación y formados que necesitan algo de certezas para la toma de decisiones en su práctica clínica cotidiana.
En alguna otra editorial de esta misma revista decía: “Ningún grupo de individuos unidos para la búsqueda de un fin común que desea servir a un acontecer social puede hacerlo con la exclusiva subjetividad de los miembros que la conforman. La discusión académica termina siendo inútil si no influye definitivamente en la vida cotidiana de las personas. Este debería ser el motivo esencial por el cual nos agrupamos, estableciendo vínculos e interacciones que puedan perdurar en el tiempo para el beneficio de las personas. Según Aristóteles, sociedad es la agrupación de individuos humanos que, participando de una misma cultura y de las instituciones sociales, interaccionan entre sí para el desarrollo de sus intereses y la consecución de sus fines”.
Esta iniciativa de SLARD, mejor dicho, de algunos miembros de su comisión directiva y científica que decidieron hacer un aporte de gran valor a la sociedad latinoamericana y donaron muchas horas de sus días para llegar a concretar estos consensos, no deberían ser defraudados con mezquindades y egoísmos de algunos pocos.
Benjamin Zander, músico y profundo conocedor de la música clásica, en una charla TED acerca del liderazgo humano sostiene que el director de orquesta increíblemente se pasa dos o tres horas de concierto sin emitir sonido alguno, solo gesticulando. El director de orquesta a través de sus gestos hace poderosos a otros, en este caso a los músicos. La conciencia de quiénes estamos siendo en un momento determinado está definida por la capacidad que tenemos en ese momento de hacer brillar los ojos de los otros, de los que nos rodean, de los que nos leen, de los que nos escuchan. Según Benjamin Zander, la definición de nuestro éxito puede ser medida por cuantos ojos somos capaces de hacer brillar a nuestro alrededor.
Sigo preguntándome después de tantos años como editor en jefe de esta bendita revista científica si estamos listos para este desafío, me interrogo cada vez que puedo si con gestión pudimos lograr mística.
Solo espero, ya en mis postsesenta, que con la Revista Artroscopía hayamos sido capaces de “hacer brillar los ojos” de una buena parte de los colegas que nos rodean.
Dr. Fernando E. Barclay
Editor en Jefe de la Revista Artroscopía