EDITORIAL

Y un día tuvimos que volver al hogar

Y un día tuvimos que volver al hogar, el afuera se transformó en un campo de batalla contra un enemigo invisible, desconocido, imprevisible que nosotros mismos invitamos a la contienda.
Los seres humanos no aprendemos, o mejor dicho: quizás necesitamos cada determinada cantidad de tiempo crear nuestra propia catástrofe para aprender, aunque sea por un rato y, después, volver a olvidar hasta la próxima catástrofe.
¿Por qué lo hicimos esta vez? ¿Qué pasó para que creáramos y después propagáramos un maldito virus por el mundo, eligiendo el abrazo, la cercanía y el encuentro para hacerlo?
Friedrich Nietzsche negaba que el ser humano sea un ser racional, de ahí su desprecio hacia todos los filósofos que lo precedieron. En El ocaso de los ídolos, Nietzsche escribe: “La cultura occidental está vaciada desde su origen. Su error, el más pertinaz y peligroso de todos, consiste en instaurar la racionalidad a toda costa”.
El filosofo alemán no solo creía en la irracionalidad del ser humano sino también en las consecuencias que esto traía. El hombre, decía, es un ser débil, no acepta el caos; y yo agrego, que él mismo provoca. No es capaz de vivir sin certezas, usa a los dioses y la ciencia para encontrar un sentido a lo que lo rodea. Siguiendo a Nietzsche, en definitiva el ser humano se equivoca en ambas cosas.
Le dimos el poder a una enfermedad que, paradójicamente, eligió la vecindad para alejarnos. Dejamos el trabajo, las fiestas, los espectáculos públicos, el colegio, la universidad. Ya no deambulamos más por las calles de nuestro barrio saludando a los vecinos, nos privamos de compartir el café que tanto disfrutamos en la esquina con amigos o compañeros de trabajo. Suspendimos cumpleaños, casamientos y encuentros religiosos. Fuimos tan lejos esta vez que creamos un monstruo que tampoco nos dejó acompañar ni despedir a nuestros seres más queridos cuando se fueron definitivamente de este mundo. Hicimos honor, a todas luces, de nuestro atributo principal: “La irracionalidad”.  
Y un día nos tuvimos que quedar en casa, pero el hogar no es nuestra casa, el hogar es el refugio, los recuerdos, vivencias del pasado que forjaron nuestra personalidad, es la seguridad sin ser vigilados, son las sensaciones, un clima. Nuestros hogares deberían haber sido como las fortalezas amuralladas del Medioevo que nos defenderían del invasor desconocido, ahí estaríamos seguros y a salvo, pero no fue así.
La historia nos muestra que desde que el ser humano se organizó en sociedades para convivir en un espacio determinado de territorio, este tipo de enfermedades contagiosas fueron protagonistas, transformando definitivamente esas mismas sociedades para dar lugar a la aparición de algo nuevo.
La peste de Justiniano, quizás la primera peste conocida, redujo a la mitad el número de habitantes del imperio. La peste negra en el siglo XIV, transmitida por las ratas, provocó que de ochenta millones de habitantes que conformaban la población europea, quedaran solo treinta millones. El virus de la viruela, con una tasa de mortalidad del 30%, diezmó la población mundial, y con la conquista de América por parte de los españoles determinó que en el Nuevo mundo ese índice de mortalidad quizás fuera mayor. La gripe española, la primera pandemia global que apareció luego de la primera guerra mundial, provocó la muerte en todo el mundo de entre veinte a cincuenta millones de personas. El H2N2, o gripe rusa, de origen aviar, un millón de muertos. La variante H3N2, o gripe de Hong Kong, diez años después, otro millón de muertos. A partir de 1981 el VIH, más conocido como SIDA, un virus de supuesto origen animal no letal que destruye el aparato inmunológico del individuo, ha causado la muerte de veinticinco millones de personas en todo el mundo. Más recientemente el SARS o síndrome respiratorio agudo severo, transmitido por el murciélago, terminó con casi diez mil infectados en diecisiete países. La gripe porcina, que entre 2009 y 2010 produjo doscientos mil muertos, y finalmente el Ébola, una fiebre hemorrágica viral que entre 2014 y 2016 causó devastadores efectos en el continente africano, dejando cerca de quince mil muertos, con una tasa de mortalidad cercana al 55%.
Todos deberíamos tener un lugar a donde volver, mis recuerdos del hogar me llevan a cuando mi padre, médico, volvía de sus largos viajes de trabajo por el mundo y sin quitarse el saco (que seguramente lo había acompañado incómodamente durante muchas horas, tal vez días) tiraba su valija en la cama grande, como llamábamos los hermanos a la cama de mis padres, y petrificados esperábamos que la abriera para repartir los regalos.
Recuerdos de un momento mágico, efímero pero presente aun a través del tiempo. “Esto es para el Ducho”, así me decía él y siempre era lo que yo quería. La profesión que cualquiera de nosotros ejerce no debería reemplazar al hogar, las carreras exitosas de las personas dejan de serlo si en el camino nos olvidamos del hogar, de pertenecer, de alimentar no solo con un pedazo de pan a nuestros hijos, de transmitir también con ejemplos, límites precisos e interés por ellos, por lo que hacen, piensan o necesitan.
Volvimos al hogar para dejar de ser buenos y exitosos de la puerta para afuera y comenzar a serlo de la puerta para adentro. El desafío es grande pero necesario si queremos aprender y evitar la próxima catástrofe.
El hogar nos acerca un poco como seres humanos a la racionalidad negada por Nietzsche. El hombre, decía, es naturalmente egoísta y estaba de acuerdo con que así fuera. En Así hablo Zaratustra sostenía que el hombre debía convertirse en Superhombre, sus virtudes deberían ser la fortaleza, la determinación, la pasión y la crueldad. No dará cuenta de sus actos por nada ni a nadie, porque será un líder que decidirá el qué, cómo y cuándo de todo aquello que ocurra en su vida.
Observando el presente del ser humano no tengo dudas de que el hombre finalmente alcanzó su meta, según Nietzsche, de ser Superhombre, salir y alejarse de sus orígenes ejerciendo el egoísmo más brutal, dejando a la misma humanidad en el camino de la extinción.
Sí, señores, es obvio que este pensador nacido en 1884 y aquejado por los síntomas de la sífilis que lo llevó a la locura previo a su muerte, tenía razón, y el hombre siempre creyó y confirmó a lo largo de su historia lo que Nietzsche sostenía: “Una vez que la humanidad comprenda que ellos son los que deciden su código de valores, que no han de responder a ningún Dios y que no han de respetar el código moral con que los débiles tratan de dominarlos, todo cambiará. Y no habrá piedad para ellos. El Superhombre no muestra clemencia, que no es más que un vicio convertido en virtud por los débiles”.    
Acercándome a los sesenta, siento la necesidad de planificar dónde construir la pista de aterrizaje de esta vida que viví. Sin darme cuenta, muchas personas cargaron baldes de arena por mí, mezclaron cemento y rompieron piedras para construir cimientos que fueran sólidos para un buen aterrizaje. Sin saberlo, estamos haciendo lo mismo para que las futuras generaciones construyan sus propias pistas de aterrizaje.
El primer hogar es parte fundamental de estos cimientos, los recuerdos se acomodan en cámara lenta uno detrás del otro, desde los complejos y miedos de la niñez, pasando por las inseguridades de la adolescencia, hasta la supuesta seguridad del presente. Y si las cosas no nos van tan bien, podemos volver al hogar que siempre va a tener una cama caliente y un plato de sopa que nos deje descansar y levantarnos a la mañana siguiente para ver la vida de otra manera.
Y un día volvimos al hogar… absorbamos profundamente todo lo que este nos da, engordemos en compasión, tiempo juntos sin distracciones, gratitud hacia los que nos enseñan hoy y nos enseñaron todos los días algo. Aprovechemos profundamente este encuentro para reflexionar acerca de cómo tenemos que cuidar el mundo, para volver a ser responsables y conscientes de que nosotros somos sus habitantes. Veamos este regreso como una oportunidad, no olvidemos que desatamos una tormenta que hasta ahora se llevó a más de ochocientos mil seres humanos en todo el mundo. Abandonemos al hombre-superhombre para siempre y dejemos un legado sin futuras pandemias que azoten e intenten destruir nuestro único y más preciado hogar.
Viktor Frankl escribió una joya literaria que se llama El hombre en busca de su destino, dentro de ese libro podemos encontrar muchas revelaciones incómodas, pero ciertas al fin, y una de ellas es que “Las fuerzas que escapan a tu control pueden quitarte todo lo que posees excepto una cosa, la libertad para elegir cómo vas a responder a la situación. Nuestra mayor libertad es la libertad de elegir nuestra actitud”.

Dr. Fernando Barclay
Editor en jefe de la revista Artroscopía