Editorial

ARTROSCOPIA | VOL. 25, N° 2 | 2018
EDITORIAL

La vida como el rio Limay
La inmensidad, las caricias y el aliento tardío del viento, el baile de los coirones, el silencio abrumador del día en horas tempranas y la calidez del sol, que siempre necesario, abraza cuando más lo esperamos. La mirada que no tiene un punto final, nunca se acaba, la sordidez del encuentro íntimo sin compañía, sin buscar compañía.
La orquesta sinfónica del agua golpeando las piedras, la profundidad cristalina y pura sin esconder nada. Luces y sombras, destellos que encandilan en un segundo, pero también grises nubarrones pasajeros que sirven de telón de fondo a una bandada de robustos cauquenes que migran después de cuidar a sus crías en el otoño austral. Todo eso es el rio Limay, todo eso también es la vida.
Según cuenta la leyenda Limay y Neuquén eran hijos de dos caciques mapuches que habitaban, uno la Patagonia norte y otro la Patagonia sur de la Argentina. Eran inseparables amigos, hasta que ambos se enamoraron de la hermosa Raihué. Para saldar esta disputa, el chamán del pueblo propuso que el primero que obtuviera una caracola para que la joven Raihué pudiera escuchar el ruido del mar tendría su amor. Para ayudarlos en su travesía, el padre de todos los hijos sobre la tierra convirtió a ambos en ríos, Neuquén correría desde el norte atravesando bosques de arrayanes mientras que Limay recorrería valles y montañas desde el sur.
El viento celoso comenzó a susurrar en los oídos de la joven que Limay y Neuquén jamás regresarían de su búsqueda, por lo que Raihué ofreció su vida a cambio de la vida de ellos y se transformó en un bello arbusto de frutos rojos que habita la Patagonia. Al enterarse de la desaparición de Raihué, Limay y Neuquén se abrazaron estrechamente y se convirtieron en el Rio Negro, que con luto corre hasta alcanzar el mar en tierra Patagónica.
Durante años, en mi peregrinar de verano hacia tierras australes, justo después de atravesar Piedra del águila y un poco después, adentrándome en la increíble belleza del Valle Encantado, para los Mapuches Valle Embrujado, contaba esta historia a mis hijos, en aquellos entonces pequeños inocentes, hoy en día enormes ciudadanos y sentía la emoción de estar llegando a la tierra prometida, a la tierra de la vida.


Dr. Pablo Zapata, ex secretario de la AAA.


Tantas veces flote sus aguas dejándome llevar serenamente por la corriente, buscando un paraíso, sin darme cuente que lo estaba habitando en ese instante. Cuantas, descansé en sus orillas, seguro y calmo como niño envuelto por los brazos de su madre, embriagado por el efecto de los olores y calores que de su cuerpo entregado emanan. Cuantas tardes desee que el mundo dejara de girar y que el tiempo no fuera tiempo y todo se detuviera en ese instante haciendo que mis sensaciones y sentimientos desbordaran sin freno como cuando amamos en la desnudez de los cuerpos a nuestro ser amado.
La vida para mí es como el transcurrir de esas aguas cristalinas, que en un instante inesperado se vuelven turbias por la tormenta desatada que remueve los cimientos hechos de tierra y piedra, y los arrastra por su cauce enojado intentando limpiarlo y despabilarlo de su sueño que lleva siglos. Vivir para mí es como andar por sus orillas mansas y seguras que, como si fuera un reto, se transforman en escabrosas y empinadas invitándonos a ascenderlas con esfuerzo sin pausa, con valentía y decisión, pero también con los sabios consejos de la ayuda mutua que nos lleva a abrazarnos con el compañero de ruta para lograr la cumbre esperada.
Muchas veces bebí de sus aguas y también me alimenté de su fauna, pero siempre lo hice respetando su inigualable grandeza y su necesaria presencia para el deleite de mis hijos, sus hijos y todas las futuras generaciones.
El Dr. Pablo Zapata fue mi amigo, navego por las aguas de la vida impregnándonos de miedo y valentía, nunca naufragó, nos enseñó que vivir tiene más luces que sombras y supo interpretar el sinuoso camino, sin renunciar nunca al presente. Aprendimos juntos y enseñamos juntos, supe del manguito rotador mirando sus primeras ecografías y buceamos en la inmensidad de los primeros hombros con el mismo artroscopio, con la misma pasión y con la tremenda certeza de lo que vendría.
Nos distanciamos y nos reencontramos, siempre nos respetamos, el lucho mucho más que yo y aprendí de su recorrido como si fuera un río. Sé que morir es como revivir en una piedra, un rayo de sol o un atardecer rojizo profundamente íntimo, ahora sé que todos nosotros morimos cada día un poco o será que en verdad vivimos cada día un poco más.

Dr. Fernando Barclay
Editor en jefe de la Revista Artroscopía