ARTROSCOPIA | VOL. 18, Nº 3  | 2011

Editorial: El hombre como fin, un desafío para el siglo XXI

Dr. Fernando Barclay

En el difícil y arduo camino de incrementar la cantidad y la calidad de los conocimientos para el desarrollo de la ciencia relacionada con el arte de curar, nosotros los que nos formamos en este arte, definitivamente hemos perdido de vista lo esencial o lo verdaderamente primario de esta búsqueda que es el hombre.

Cesar Julio Lorenzano, en su prólogo del libro “La estructura del conocimiento científico” expone claramente, recordando infinitos cursos y conferencias dictados a lo largo de más de diez años, como los noveles investigadores atraídos por el nombre de metodología esperaban justamente eso, una receta, una sucesión de reglas que los condujese infaliblemente hacia la ciencia. Aprendían, entonces, que la metodología no conduce tanto a certezas que orienten la actividad científica, como a respuestas tentativas a preguntas que cuestionan, desde sus cimientos, todo conocimiento.

Como relacionamos toda esta teoría con la realidad de los hechos cotidianos en la relación del médico con la ciencia, del profesional involucrado con el arte de curar con el hombre biológico. La dura verdad nos dice que la filosofía de la ciencia acostumbra dejar fuera de la ciencia a la medicina.

Es habitual entre los filósofos de la ciencia considerar a la medicina como una ciencia aplicada, una simple tecnología aplicada a la búsqueda de la salud. Si ello fuera solamente así, nos estaríamos perdiendo como médicos la posibilidad de interactuar profundamente con el verdadero actor de esta historia, el hombre. Si tuviéramos el valor de aceptar que el mundo es pura sensación, nos daríamos cuenta verdaderamente, que nos estamos ahogando en un mar de información entrante, muchas veces, no bien clasificada por nuestro cerebro que lentamente nos va alejando de la esencia. Como le dice el Gran Oz al Espantapájaros en el Mago de Oz: “Un cerebro es un artículo muy mediocre. ¡Cada criatura pusilánime que se arrastra sobre esta tierra o se desliza a través de mares cenagosos tiene uno!”.  

Se conoce desde la antiguedad que todos los animales perciben y sienten pero la mayoría no necesitan pensar acerca de ello, porque la sabiduría del cuerpo los guía con instinto y reflejos. Como relata Diane Ackerman en “Magia y misterio de la Mente”, sueñan un sueño distinto, probablemente uno parecido al que solíamos soñar nosotros antes de que enredáramos en nuestro circuito neuronal la habilidad de pensar acerca del pensamiento, saber que sabemos, adivinar lo que otros están pensando, proyectar nuestros sentimientos, en definitiva transformar un sueño en confusión y evitar que el encuentro entre dos personas, en este caso, médico-paciente se parezca más al contacto entre dos substancias químicas que de producirse una reacción, ambas se transforman.

No ejerzamos nuestra profesión como niños grandes que no saben lo que quieren, titubeando, tropezando, dejando guiar nuestros actos médicos por dulces y golosinas que engordan nuestro cuerpo pero al mismo tiempo destruyen lo más sublime de nuestra vocación, el hombre.

Finalmente, deberíamos también entender, como escribe Goethe en “Werther”, dichoso también aquellos que bautizan con un nombre pomposo o un titulo imponente a sus fútiles ocupaciones y aun a sus mismas pasiones, para presentarlas al género humano como obras gigantescas, emprendidas para procurarle mayor prosperidad, para salvarlo. Por mi parte: buen provecho les haga.

Acercando este pensamiento de un poeta del siglo XVIII a la realidad de nuestro tiempo, sin duda es preferible la humildad del que reconoce al hombre paciente antes que al hombre profesional y la sabiduría del que es capaz de dejar la prisión de la vanidad en pos del paraíso del dar y recibir.

De esto se trata, en definitiva la vida humana no es más que un sueño, no malgastemos nuestra actividad profesional satisfaciendo algunas necesidades que no tienen más objeto que prolongar las paredes de nuestra prisión llamada “ego”. No somos más que hombres intentando aliviar el sufrimiento de otros hombres, no es poca cosa la existencia de una criatura humana, respetémosla.

Los pacientes saben perfectamente bien que no somos dioses y desde ese conocimiento nunca nos pueden exigir, a pesar de nuestras propias expectativas, que los curemos pero si solicitan a viva voz que los tratemos. 

 

Dr. Fernando Barclay

Director de Publicaciones de la AAA