ARTROSCOPIA | VOL. 21, Nº 3 | 2014
EDITORIAL
Dr. Fernando Barclay
Coordinador Editorial
Mirar al sol
…Porque, digámoslo claro: Pau Golanó ha sido una persona genial, y como suele pasar entre las personas de aptitudes excepcionales, tenía una forma de ser alejado del convencionalismo o postulados de conveniencia. Exigente, meticuloso, sistemático, perfeccionista, nunca admitió mediocridades ni rutinas. El primero en sufrir este nivel de exigencia era el mismo. Se fustigaba continuamente en busca de la calidad, todo era mejorable.
Pau ha sido de aquella raza de profesionales forjados así mismo, esforzados y entregados en cuerpo y alma a unos ideales aun no definidos en las aulas o en los departamentos de anatomía o de ortopedia, que no forman parte de ningún programa formativo. De aquellos idealistas que gracias a su tozudez han sabido hacer destacar formas de trabajo diferentes, han promocionado técnicas insólitas o han hecho valorar aspectos olvidados, desconocidos o mal interpretados. Sobre todo ha huido del uniformismo, del sí porque si, de hacer o decir lo que toca, o que otros dicen que toca…
En los últimos años, aquel niño prodigio, el artista indómito, el personaje irascible, el profesor intransigente, ha encontrado la exacta proporción: Celine y sus niños han sido el crisol mágico donde se neutralizan venenos, se fabrican proyectos y deseos, se forjan inquietudes e ilusiones, se tamizan prioridades y conveniencias. Estamos frente a un hombre maduro, seguro, sensible y responsable. Frente a una persona triunfadora y admirada. Pero sobre todo frente a un Pau enormemente ilusionado y feliz…
Le suspiro a su alma con otra, lo único que puede dar un poco de consuelo.
Dr. Josep M. Cabestany Castellá
Requiescat in Pace (Fragmentos del texto leído en su funeral).
Irvin D. Yalom, es profesor de psiquiatría en la Universidad de Stanford, ha escrito una buena cantidad de libros, algunos de los cuales han sabido ocupar mi tiempo libre en muchas ocasiones o me han devuelto al mundo de la reflexión y la fantasía, en otras, cuando por escasos quince minutos en medio de una larga jornada de consultorio, decido abandonar con entusiasmo, mi fachada blanca y algo seria y de galeno inmaculado. Esta costumbre afortunada por cierto, se la debo a las sabias recomendación de mi mujer, Marina, cuya sensibilidad para encontrar y compartir obras literarias capaces de cambiar el curso de nuestras vidas, es definitivamente invalorable.
“Mirar al Sol”, la superación del miedo a la muerte, es el nombre de uno de sus libros, publicado en el año 2008, del cual solo comprendí el significado de su título en la tercera página, cuando cita a Francois de La Rochefoucauld, que dice: “Ni el sol ni la muerte se pueden mirar de frente”.
Lo que sigue, son relatos de gente común, que a través de sus sueños y experiencias personales de vida, nos ayudan a intentar mirar un poco más de frente al sol y a la muerte sin enceguecernos demasiado.
Como hacer, si no, para calmar un poco, la profunda tristeza que nos produce la desaparición tan prematura de Pau. Sé racionalmente que su obra y su arte ya nunca podrán desaparecer y seguramente, como siempre pasa en el relato de la historia de los artistas, no solo perduraran, sino que se elevarán hasta límites insospechados.
Comprendí su lucha, sus enojos, su celosa y temeraria defensa del fruto del trabajo diario, su inigualable magia para hacer confundir en un abrazo, anatomía y arte. Comprendí su rebeldía, sus anteojos azules y camisas de colores vivos, su profundidad y desfachatez ante un público siempre demasiado estructurado para comprenderlo.
Como explicarnos y poder sobrellevar semejante pérdida, como honrar su ausencia, como defender y a su vez mostrar la maravilla de su obra sin ofenderlo, cual es el refugio elegido para protegernos de tanto virtuosismo inconcluso. Quizás el consuelo sea pensar siempre, que la vida es cambio, una danza ininterrumpida de nacimientos y muertes, el concepto Budista de impermanencia en su máxima expresión, quizás debamos aprender de una vez por todas que es primordial y es sano soltar todo aquello a lo que nos aferramos con tanta devoción, y que solo la creencia en la permanencia de las cosas nos impide aprender del cambio.
Milarepa, escribió: “Llevado por el horror de la muerte, me fui a las montañas, medite una y otra vez sobre la incertidumbre de la hora de la muerte, hasta captar la fortaleza de la inmortal e infinita naturaleza de la mente. Ahora todo miedo a la muerte se ha desvanecido y ha acabado”.
Para nuestro consuelo, finalmente la vida y la muerte existen en la mente y en ningún otro lugar.
Llevó tiempo, quizás, demasiado tiempo, pero su obra y su arte ocuparan para siempre un sitio de honor al que solo unos pocos llegan, sobre todo, con tan pocas armas, como un bisturí y una máquina de fotos. Sitio de privilegio al que muchos aspiran llegar, sin esfuerzo, sin dedicación, sin profesionalismo y sobre todo sin dignidad, ídolos de barro que al sol se resquebrajan por completo y quedan expuestos completamente a la mirada y a la indiferencia de los dignos de espíritu, que como Pau vivirán para siempre en nuestras mentes y nuestras almas.